¿Qué nos pasó como especie?
- Juan Figueroa
- hace 7 días
- 5 Min. de lectura
Actualizado: hace 5 días
Vivimos en un mundo hiperconectado, pero más desconectados que nunca de nosotros mismos. Enfermedades, ansiedad y soledad nos invaden. ¿Qué nos pasó como especie? En este artículo, reflexionamos sobre el rumbo de la humanidad y cómo volver a lo esencial.

Hubo un tiempo en que el ser humano vivía en armonía con la tierra. Nos despertábamos con el canto de los pájaros, nos guiábamos por los ciclos del sol y la luna, compartíamos el pan y la palabra, y caminábamos con los pies descalzos, sintiendo el pulso vivo del suelo.
Hoy, despertamos con alarmas, miramos una pantalla antes que el cielo, comemos rápido, hablamos poco y vivimos corriendo… pero sin saber a dónde.
¿Qué nos pasó?
Un mundo que avanza, una humanidad que se desconecta
Hemos conquistado la tecnología, pero estamos perdiendo el alma. Creamos máquinas capaces de responder con inteligencia artificial, pero no sabemos escuchar con el corazón. Hemos construido ciudades, autopistas y satélites, pero nos cuesta sostener una mirada sincera.
Hemos evolucionado externamente, pero involucionado internamente.
Las cifras lo reflejan sin filtros:
El cáncer crece cada año. Más de 10 millones de muertes anuales, y se proyecta que aumente un 47% en las próximas dos décadas (OMS).
Más de 55 millones de personas en el mundo viven con Alzheimer u otras demencias.
Las enfermedades cardíacas son la principal causa de muerte global.
La depresión afecta a más de 280 millones de personas.
El suicidio es la cuarta causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años.
Nos estamos enfermando por dentro y por fuera. Y lo más alarmante: lo estamos normalizando.
No es solo el cuerpo el que enferma
Es el alma la que lleva años gritando en silencio. Vivimos con un vacío que intentamos llenar con cosas: comida, redes sociales, entretenimiento, trabajo, likes, compras, ruido… pero nada basta. Porque lo que duele no se llena con cosas, se sana con presencia, con amor, con sentido, con oración.
¿En qué momento dejamos de escucharnos? ¿En qué momento dejamos de mirar el cielo, de sentir la brisa, de reírnos a carcajadas? ¿En qué momento nos desconectamos tanto de quienes somos?
Vivimos en un mundo que nos empuja a producir, a mostrar, a rendir, a tener, a ser "exitosos". Pero casi nunca se nos enseña a simplemente ser.
El alma tiene hambre
Hambre de conexión. Hambre de propósito. Hambre de silencio, de verdad, de raíces.
Estamos en una especie de “exilio moderno”, lejos de nuestra esencia. Y aunque tenemos más comodidades que nunca, también nos sentimos más solos, más confundidos, más perdidos.
Y sin embargo, dentro de cada uno, sigue habiendo una semilla que no ha muerto: el deseo profundo de volver a casa.
¿Y si aún estamos a tiempo?
Yo creo que sí. Creo que cada vez que alguien se detiene a respirar, a cuestionarse, a sentir, a buscar algo más, está comenzando un camino de regreso.
Un camino hacia la evolución real. No la de las máquinas, sino la del ser.
¿Cómo volver a nuestra esencia?
Te dejo algunas semillas que pueden ayudarte a reconectar:
1. Escucha tu cuerpo. El cuerpo habla cuando el alma calla. Muévete, aliméntate con amor, abraza el descanso. Recupera el vínculo con la tierra: come alimentos vivos, camina descalzo, toma sol, respira profundo.
2. Honra tus emociones. Sentir no es debilidad, es humanidad. Llora cuando lo necesites, abraza tu tristeza, permite tu alegría. Busca apoyo si lo necesitas. No nacimos para cargar solos.
3. Limita el ruido.Menos pantalla, más cielo. Menos notificaciones, más silencio. Haz espacio para el alma: medita, reza, escribe, contempla.
4. Vuelve a la naturaleza. Ella nos enseña sin palabras: el árbol no se apresura, la flor no compite, el río fluye sin forzar.Cada atardecer es un recordatorio de que la belleza está aquí, ahora, disponible.
5. Reconecta con otros seres humanos. Mira a los ojos, escucha con atención, abraza más, juzga menos. Lo humano se recupera con lo humano.
6. Cuida tu alma. No olvides quién eres, de dónde vienes, ni a dónde quieres ir. La fe, el propósito, el servicio, la compasión… son alimento para el alma.
Evolucionar es volver
No necesitamos ser más, tener más, saber más. Necesitamos recordar. Recordar que somos parte de algo más grande. Que dentro de nosotros hay una sabiduría antigua, una luz que no se ha apagado. Que no estamos aquí solo para sobrevivir, sino para vivir con sentido.
Quizás, evolucionar no sea ir hacia adelante, sino volver a lo esencial.
Volver al amor. Volver a la verdad. Volver a nosotros mismos.
Hace unos años me hice un test genético por curiosidad, buscando conocer mis raíces. Lo que descubrí me sorprendió profundamente: mis antepasados, tatarabuelos incluidos, nacieron, crecieron, se casaron, criaron a sus hijos y murieron… en un mismo lugar: Normandía, Francia.
Ese dato, en apariencia simple, me estremeció. Me hizo pensar en lo distintas que eran sus vidas. En su cotidianeidad quizás había pocas cosas "espectaculares" a los ojos modernos: sin viajes constantes, sin redes sociales, sin estímulos infinitos. Pero había algo que hoy añoramos: arraigo, rutina con sentido, presencia, conexión con la tierra y con los suyos.
La vida de nuestros antepasados era simple, aunque no fácil. Trabajaban duro, enfrentaban pérdidas, dolor, frío, hambre… pero vivían con un propósito claro, sabiendo quiénes eran y a dónde pertenecían. Compartían historias al calor del fuego, miraban el cielo sin prisa, caminaban sus caminos una y otra vez, no por monotonía, sino por pertenencia.
Y lo que más me conmovió fue pensar: gracias a ellos, yo estoy aquí. Gracias a sus decisiones, a sus silencios, a sus luchas y hasta a sus heridas, hoy yo tengo la posibilidad de mirar al pasado, reflexionar sobre mi presente y elegir con más conciencia mi futuro.
Somos el resultado de muchas vidas que nos precedieron. No solo llevamos su sangre, sino también parte de sus sueños, sus miedos, sus fortalezas. Quizás hoy no vivamos en un mismo lugar toda la vida. Tal vez no cosechemos nuestra comida ni contemos historias alrededor de un fogón. Pero sí podemos recuperar su esencia: vivir con presencia, con valores, con gratitud por lo que fue, con responsabilidad por lo que será.
Porque, aunque el mundo ha cambiado, el corazón humano sigue buscando lo mismo: sentido, amor, pertenencia. Y a veces, conocer nuestro origen nos ayuda a recordar hacia dónde queremos ir.
Aunque la humanidad parece haber perdido el rumbo, aún estamos a tiempo de reconectar con lo esencial. Volver al cuerpo, al alma, a la naturaleza y a la busqueda de Dios, que es el verdadero camino de evolución. No se trata de avanzar sin sentido, sino de recordar quiénes somos y vivir con propósito, compasión y presencia.
El ser humano tiene funciones esenciales: ser, desarrollarse interiormente y cultivar su identidad; hacer, crear, servir y transformar su entorno; y tener, disfrutar con gratitud lo necesario. En equilibrio, estas funciones nos permiten vivir con plenitud y sentido.
Recuerda, ser, hacer, tener....
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